Comentario
Al referimos a la arquitectura palaciega en Baviera, veíamos cómo la influencia francesa había calado muy hondo gracias fundamentalmente al papel jugado por su elector Max Emanuel. Su exilio en París desde 1706 a 1715, por haberse puesto del lado francés en la guerra de sucesión española, supuso un contacto directo con las fuentes del gusto rococó, tan brillantemente reflejado por Cuvilliés en sus obras muniquesas. Allí tuvimos también la ocasión de comprobar la utilísima ayuda recibida de los artistas bávaros, como el estuquista Zimmermann, cuya formación popular habituada a la arquitectura religiosa local permitió una mayor libertad y una mayor exuberancia decorativa en la rígida disciplina del rococó francés.Es precisamente la arquitectura religiosa la que mejor supo recoger los elementos decorativos del rococó, aplicándolos en una serie de iglesias cuya estructura arquitectónica nada tenía que ver con el arte francés y en buena parte repetían modelos bien tradicionales. Durante el siglo XVIII se produjo una verdadera fiebre constructiva por la que se restauraron o edificaron una enorme cantidad de monasterios por toda Baviera, Baden-Wurtenberg y la zona norte de Suiza fronteriza con Alemania. Esta actividad sólo se parará a mediados de la década de los sesenta cuando sube al trono el emperador José II. Ya en 1769 el Elector de Baviera promulgará una serie de edictos limitando las actuaciones de los monjes.Los tratados de Westfalia de 1648 por los que se ponía fin a la Guerra de los Treinta Años, anunciaron la decadencia política del Imperio. Sin embargo, su fuerza moral se mantiene e incluso se acrecienta. En el siglo XVIII el Sacro Imperio Romano Germánico se convierte en una utopía, pero una utopía activa en la que se consideran unidos el poder temporal y el poder espiritual. Los monasterios más importantes gozaban de un privilegio que les permitía liberarse del dominio de un señor laico o eclesiástico, no estando sometidos más que al Emperador, lo que les hacía prácticamente independientes.El mejor ejemplo de la unión del Trono y la Iglesia quedaba plasmado en la Kaisersaal o sala imperial con que, como luego veremos, solía contar este tipo de monasterios. La exaltación de esta idea es tema preferido en sus frescos. Así, en la sala imperial del monasterio de Ottobeuren, el pintor Karl Stauder celebra la coronación de Carlomagno por el papa León III, bajo la protección de la Trinidad. Pero, además, el artista significativamente actualiza la composición y añade a la derecha, entre la representación del clero, al abad comitente Rupert II Ness y a la izquierda, Carlos VI, el emperador reinante.El abad, elegido por sus monjes, era el dueño y señor de su monasterio que se organizaba como una unidad autárquica. La mayoría de los monjes eran de extracción social modesta lo que no impidió que en sus edificios dominara la ostentación y el afán de riqueza. En este sentido, además, el pueblo, muy enraizado en una tradicional fe religiosa, les incitaba por ese camino. Consideraban, por otra parte, estas iglesias como algo suyo, igual que para el príncipe era un palacio. Palacios de la fe llama Bazin, muy acertadamente, a estos monasterios.En la reforma o construcción de los monasterios es fundamental la participación del abad o prior que a menudo determina las características de la construcción, siempre en íntima connivencia con el arquitecto. Por esta razón generalmente no se acude a los arquitectos de la corte, más orgullosos y menos dispuestos a aceptar cambios, sino a constructores, verdaderos maestros de obra, con una organización del trabajo recuerdo de la tradición gremial de la Edad Media. En el campo decorativo también domina un criterio artesanal. De Wessobrunn, una aldea al sur de Munich, saldrán, entre 1600 y 1800, familias de estuquistas que dejarán muestras de su arte por toda Europa. Los Feichtmayr, los Schmuzer o los Zimmermann procedían de dicha localidad.Los grandes conjuntos monásticos se organizan en una serie de dependencias que prácticamente se repiten en casi todos. Lógicamente el edificio al que se dedica mayor atención es la iglesia y al lado está el convento propiamente dicho, en donde viven los monjes. Alrededor de un patio se dispone el palacio abacial. También existen unas dependencias para invitados, dedicadas a veces especialmente para la familia imperial, a las que se accede por una escalera monumental, y que cuentan con grandes salas de fiestas, entre ellas la Kaisersdal. Siguiendo la tradición medieval se da gran importancia a la biblioteca, a la que ahora se agregan gabinetes de ciencias naturales e, incluso, galerías de cuadros. No falta la enfermería ni la farmacia. En el caso de ser también lugar de peregrinación, se dedica una zona para acogida de los visitantes y un local en donde se les ofrece la cerveza o el vino elaborado por la misma abadía.Paradójicamente la ornamentación rococó, que en el arte francés se había destinado a las íntimas y licenciosas folies, pasó en el arte de Alemania del Sur a decorar inmensos espacios en edificios dedicados al culto divino.